sábado, 18 de diciembre de 2010

El juego de Ender


La raza humana está destinada a su extinción. La amenaza: una raza de seres alienígenas llamada Insectores, mucho más avanzada tecnológicamente y que tiene a los humanos en su punto de mira. Hasta el momento han sido dos las invasiones insectoras, ninguna de las dos ha conseguido su objetivo. Pero se prepara una tercera que marcará el punto y final de los humanos como especie. Sin embargo, una última bala queda en la recámara. 


La única esperanza es convertir a un niño de seis años en el Alto Mando más preparado que la flota estelar jamás haya visto. Esta es la historia de Ender Wiggin, un niño que ha nacido para cargar con el peso de la salvación de la raza humana.

A raíz del abandono de su familia y su alistamiento en la Escuela de Batallas, vemos cómo Ender no sólo se va formando militarmente como un estratega brillante, sino cómo va sobreviviendo a todo tipo de amenazas, intentos de asesinato, ostracismo, manipulación y autoflagelación por miedo a convertirse en un asesino sin escrúpulos, justo lo que los humanos necesitan. A medida que Ender se va acercando a su destino, vemos cómo su psique se resquebraja debido a la desconfianza y a la anulación de sus emociones. Y es que su preparación militar no se centra sólo en la erradicación de los Insectores, sino también en la eliminación de todo atisbo de infancia que pueda albergar.

Ender no sólo hará enemigos. También se rodeará de personas que entenderán el valor de su sacrificio y que le recordarán constantemente que a pesar de todo es un humano con derecho a sentir. Destaca especialmente Valentine, su hermana y protectora de los intentos maniacos de Peter, su otro hermano mayor.

A veces, la novela gira en torno a estos dos hermanos de Ender, tan inteligentes como él y que luchan su particular guerra a través de un conflicto de opiniones mediadas bajo pseudónimo que están generando la polarización de la opinión pública y los gobiernos.

Orson Scott Card nos presenta una novela llena de naves espaciales y alienígenas, pero también nos habla de niños perdidos y de todas esas formas inhumanas que tiene la vida para hacernos madurar a trompicones. Deja al descubierto esa doble moral, esa falta de ética en tiempos de guerra cuya cruel premisa es que El fin sí justifica los medios. En El juego de Ender, los niños no son niños, son adultos diminutos de los que se espera incluso más que de sus versiones crecidas.

Mención especial al último tramo de la novela en el que las ideas de genocidio y el ensalzamiento de un líder a pesar de todas las acciones llevadas a cabo para ocupar ese lugar sobrevuelan las páginas. Y es que si la raza humana ha evolucionado como especie pensante y racional es justamente porque no se ha visto en peligro de extinción. Esa amenaza sacaría de dentro a los seres primigenios y salvajes que seguimos siendo. Esta novela es una prueba de ello.



No me digas "No, Ender". He tardado mucho tiempo en darme cuenta de ello, pero créeme, me odiaba, me odio. Y todo se reduce a esto: en el momento en que entiendo verdaderamente a mi enemigo, en el momento en que le entiendo lo suficientemente bien como para derrotarlo, entonces, en ese preciso instante, también le quiero. Creo que es imposible entender realmente a alguien, saber lo que quiere, saber lo que cree, y no amarle como se ama a sí mismo. Y entonces, en ese preciso momento, cuando le quiero [...]le destruyo. Hago que le resulte imposible volver a hacerme daño. Lo trituro más y más hasta que no existe.

1 comentario:

  1. El libro es genial, al igual que ésta crítica. Tiene tantos recovecos y tantas metáforas en tono de ciencia ficción que sería imposible desglosarlos todos.
    Espero poder leer una crítica del resto de la saga ;)

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