martes, 19 de julio de 2011

Intimidad


Últimas horas contigo

Él se va a marchar de casa. Va abandonar a sus dos hijos, a los que adora. A su mujer, que no lo entiende. Va a dejar atrás la estabilidad construida en pos de no sabe muy bien qué. ¿Por qué se marcha? ¿Habría algo por lo que mereciese la pena quedarse? ¿Está cometiendo un acto de egoísmo en mayúsculas? ¿Un acto de absoluta sinceridad consigo mismo? ¿Ambos a la vez? El guionista protagonista de esta novela, ha decidido marcharse de casa y con él vamos a realizar un repaso de su vida, de los hechos esenciales, de esos momentos que han configurado a la persona que es. 



Los aciertos y los errores, justo de eso va a llenar sus maletas para, en el momento final, decidir si da el paso o no. Cruzar la puerta en una sola dirección con todo ese equipaje emocional que ha ido acumulando a lo largo de sus años.



Turismo de interior 


Si de algo rebosa este libro es de sinceridad. Desnuda las mentiras, desnuda a su mujer, a sus hijos. A él mismo antes que a nadie. Nos presenta a sus amantes. Sus ilusiones. Su esperanza por un mañana mejor. La intimidad del título acampa a sus anchas en este libro breve, demoledor, confesional. No hay mucho tacto a la hora de contar sus deseos de conocer nuevos cuerpos. Otras historias. Enamorarse en el sentido literario del término.

El autor construye la novela en dos tiempos: trozos de su pasado y el momento presente horas antes de la fuga. Es fácil entender lo que dice, porque camina por terrenos que todos hemos recorrido. Quizás es uno de los motivos más espeluznante de la novela, la violación empática a la que se te fuerza. Se te obliga a decidir si tú también cruzarías esa puerta o no.


Perdona si no te llamo amor


El gran tema del que hace gala este texto es el desamor. Ese feo descubrimiento de entender que no quieres a la persona que duerme contigo. Mucha literatura se ha escrito sobre la materia, pero dudo que tuviera el atino de Kureishi. No había leído antes algo tan certero como este Intimidad. Y es que, como expone el autor, cómo se le puede decir al otro que acabas de perder la fe en su cuerpo, en los recodos de vuestro hogar, en la esquina que compartíais cada mañana a la hora del desayuno. De la única forma que puede hacerse, rompiendo el cristal que distorsiona toda la situación y reducir los cortes al menor número posible. Pero no seamos ingenuos. Habrá sangre, habrá ira y algunos de los cristales clavados se infectarán. Porque si la mentira es anestesia, la verdad es una cirugía a corazón abierto llevada a cabo por unas manos sucias a las que no les importa en absoluto la salud del paciente.




He estado intentando convencerme de que abandonar a una persona no es lo peor que se le puede hacer. Puede resultar doloroso, pero no tiene por qué ser una tragedia. Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad…, a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro…, una afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes, sino mejores.

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