domingo, 21 de agosto de 2011

Otros placeres



A tu puerta he llegado 


Camina con paso decidido, cargada de libros, hacia un lugar mejor definido con un quién que con un dónde. Como única respuesta: Kohoutek. Un veterinario que vive en su gran casa con una fauna familiar muy peculiar y que ve cómo su mundo se vuelve patas arriba cuando su actual amante se presenta en su hogar.

Entre los intentos de ocultación, los interrogatorios llevados a cabo para descubrir por qué y las revelaciones familiares, Kohoutek irá diseccionando su vida hasta ese hecho clave, ese punto omega que zanjará para siempre su vida tal y cómo la conocía. Como si la amante encarnase a la vez el fantasma del pasado, del presente y del futuro, forzará a este protagonista libertino a entender esos tres tiempos, esas tres vidas que colisionan ante él, que se rompen como un castillo de naipes que ejemplificara con soltura la arquitectura del derrumbe.



Meter el dedo en la llaga 


El protagonista de esta novela nos habla del magnetismo táctil. De cómo sus manos jamás han podido distanciarse mucho de la piel femenina. Esos placeres que resaltan en el título son una oda al cuerpo femenino, al opio amatorio de descubrir cuerpos, conquistarlos y recibir la recompensa física. Las escapadas secretas. El control que se ejerce sobre el descontrol. En su idiosincrasia esto no choca con el hecho de estar casado, de tener una mujer hermosa e inteligente, ni de vivir en un ambiente profundamente religioso.

Cuando su actual amante pasa de ser su lugar de huída a convertirse en la evidencia del delito, todo gana densidad. Esta amante, que se ha creído todas las promesas de Kohoutek, exige no sólo ser entendida a través del tacto. Quiere los otros cuatro sentidos. Quiere que se la observe desde el entendimiento. Quiere ser real en el sentido más estricto de la palabra. Ella, que tanto lee, entiende mejor que nadie la diferencia entre un amor entre líneas y un amor que te obliga a cerrar los libros.



Breves entrevistas con hombres libertinos 


Estamos ante un libro muy escueto. Una historia condensada en un puñado de detalles y unas cuantas conversaciones muy oportunas. Los personajes secundarios no están ampliamente perfilados, pero cumplen con creces su función. El conflicto acampa a sus anchas. La resolución del mismo es, cuanto menos, evocadora. Todo pasa rápido. Mucho de lo que sucede, tiene lugar entre bambalinas, en copa de árboles, en buhardillas, en baños cerrados a cal y canto. Y es que es tal la brevedad y la intriga carnal de esta novela corta que el autor extrapola al lector el acto libertino. Somos nosotros al acabarla quienes miramos a un lado y a otro para ver si alguien nos ha visto cometer el delito. Y seguir haciéndolo, claro, hasta que algo que mantenemos escondido y que sabe demasiado de nosotros llame a nuestra puerta.


Tú, Kohoutek, desde hacía cierto tiempo habías empezado a huir desesperadamente, a buscar un amor que no te fuese, si no totalmente, al menos en muchos aspectos prohibido. Y descubriste que el único amor permitido verdaderamente es aquél totalmente y por todos prohibido. Porque la condición de un verdadero amor prohibido es su momentánea pero total seguridad.

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