jueves, 29 de septiembre de 2011

Píldoras azules


Orden de alejamiento

Peeters es un dibujante de cómic que conoce a Cati, una chica vitalista en extremo, en una fiesta nocturna. Pasan algunos años y ellos vuelven a encontrarse, en diferentes contextos y ocasiones. La química entre ellos es innegable. Ella se casa, tiene un hijo y se divorcia. Peeters aprovecha este momento para acercarse a ella, intimar, no dejar pasar ese tren otra vez. Cuando todo parece ir sobre ruedas para los tres –el hijo es un elemento clave en este trío-, Cati le revela que tanto ella como su hijo son seropositivos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Autorretrato con radiador


El bucle de los días

Él despierta cada día, compra flores, analiza la luz sobre ellas y escribe. Nada más. El protagonista de este diario ha perdido todo interés por cualquier cosa que posea una complejidad mayor que su rutina. Quiere entender la realidad desde un punto de vista denotativo, tragarse las emociones que él mismo fabrica y dejar que todo lo que existe lo abrace. El dolor de una pérdida lo lleva a esta posición. La ausencia gigante que se intuye en todo de lo que no quiere hablar es lo que lo empuja a convertirse en el observador perfecto de sus días, de los matices y de la sencillez más absoluta que el universo puede ofrecer.


Ficción como existencia

El libro está escrito en formato diario. Y durante un año recoge las vivencias y reflexiones de su día a día. A veces las entradas de dicho diario no son más que una frase de diez o doce palabras. A veces se extiende un poco más pero sin ocupar nunca más de una página. Esto le confiere al texto de una levedad absoluta, un viaje de puntillas por el filo de los jarrones y las macetas. Ocurre a veces que uno siente como si se perdiera por falta de cohesión, pero dos, tres días después la corriente vuelve a emerger a la superficie, ofreciéndote una visión mucho más clara, más limpia gracias a todo ese agua que nos ha atravesado pero que no hemos visto actuar.


Muerte entre las flores

Este libro es difícil explicar. Habla de muchas cosas difíciles de explicar. El autor las explica, no todas, pero sí muchas de ellas. Sin embargo, esas explicaciones no son para nosotros. Sólo somos unos mirones afortunados del modo en el que protagonista se intenta autoexplicar lo que no entiende. Y son tantas y tan interesantes las cosas que no entiende…

Pero si algo revolotea entre estas páginas es la muerte, el desenlace obligado y necesario de todo cuanto acontece. Lo vemos en la rapidez en las que las flores que compra se marchitan. Lo vemos en el recuerdo del ser amado que ya no está y que justo por ello está más presente que nunca. Lo vemos en esa visión de protagonista al restarse a sí mismo del mundo para asegurarse que todo lo bueno seguirá allí cuando ya no esté.

Y es que en este autorretrato, uno entiende desde la primera frase que estamos de paso en el jarrón. Que mientras estemos adornando la ventana, mientras la luz nos embargue por completo, debemos aceptar que poco a poco irán cayendo partes de nosotros. Y así está bien. Son tantas las flores que esperan en la puerta de casa para ocupar nuestro lugar, para entender lo transitorio de lo escandalosamente bello... Dejémoslas pasar.



Miércoles 30 de Octubre.
Las rosas no se han abierto. En un solo día han hecho quiebra. Cabezas gachas, manchadas de marrón, mendigan una mirada más fina que la mirada habitual, distraída: “Ámame. Esa luz no me favorece. No he sabido hacer mi trabajo de belleza, no sé hacer nada y te pido que me ames, que vayas a buscar ese amor en ti que nada debe a la apariencia. Ámame porque estoy aquí, sin brillo, miserable y viva, simplemente viva luego perfecta”.