jueves, 26 de diciembre de 2013

Crezco



Dejen paso. Aquí llega el antihéroe que todos necesitábamos. En un mundo como éste en el que los villanos se muestran como tales, que nadie finge ser otra cosa, era normal que llegase un héroe con más extravagancias y desaciertos que aquellos a los que se enfrenta. Y es que Ben Brooks (1992, Gloucestershire) (sí, ¡1992!) en su pequeña odisea por acostarse con la chica más virginal del instituto, nos regala una novela de iniciación en la que lo primero que se nos enseña es a pulsar reset.


‘El guardián entre el centeno’ de Chuck Palahniuk

Ser adolescente no es fácil en estos tiempos que corren. Vale, puede que ser maduro ya no sea un requisito. Pero hay mil cosas nuevas en las que estar a la altura y la información que uno tiene para enfrentarse a ello es demasiado abundante para que sea certera. En este contexto distópico tenemos a Jasper, un chico de 17 años experto en conseguir drogas nuevas por Internet, crear ambientes propicios para sus conquistas sexuales y ver Harry Potter cada vez que la pasan por televisión.


Jasper va desgranando a través de su satírica mirada los resortes de su generación y la imperceptible línea divisoria que separa al niño del adulto. Rodeado de toda una fauna terrible y elocuente, el protagonista irá transitando de fiesta en fiesta, y de vagina en vagina, con el fin de encontrar su sitio en el mundo o, cuanto menos, un lugar en el que no quede patente que no siente absolutamente nada.



Los sinsabores del verdadero mediocre

Las dobles lecturas y la capacidad de autocrítica no llega hasta mucho después. Cuando uno es joven, la única escuela cuya doctrina asume como propia es la del hijoputismo. La carcajada a costa de los demás es el suelo sólido sobre el que uno se alza. La risa nunca procede de nuestra propia mediocridad. Y sobre estas bases, Brooks utiliza el humor de un modo sucio y certero. La broma incómoda acampa libre gracias a la inmunidad diplomática que otorga la falta de madurez. Frente a otros estilistas de su generación que abusan de la leche de soja,  Brooks salta sobre los muros de la contención y suelta a sus perros. Y éstos, bien amaestrados, atacan ahí donde duele, ahí donde nuestras madres nos han enseñado a no mirar.

Cuando la fiesta acaba, cuando todos se han ido, también lloran. Y se autolesionan. Los bajones. La inercia. Y el miedo. Andan en manada porque cuando la risa toca a su fin, cuando ya no hay nadie que aplauda el chascarrillo, nos damos cuenta de que estamos más solos de lo que cualquier niño debería estarlo. Y en ese crack insonoro uno empieza a pensar demasiado, a pensar en lo necesario, en lo inevitable.

Al escribir desde el yo, Brooks no se olvida de nada de esto. Tampoco se esconde en una narrativa ficcionada cuando las cosas se ponen feas. Y se ponen. Mucho.




Fuck off cautionary tale

Cuando el barco se estaba hundiendo es lo primero que lanzamos por la borda. Se estaba alimentando de nosotros, se estaba volviendo pesado y peligroso. Y, para ser sinceros, ya nadie atendía al ruidito que emitía. Esas palabras sobre aquello que nos hace válidos como humanos. Y toda esa mierda incomprensible que nada dice sobre cómo hacer frente al frío y al inminente hundimiento. Todos nos asomamos para ver cómo se perdía en el agua sin oponer resistencia. Ninguno oyó el último de los “no debéis…” que nos lanzó. Y ahora estamos inquietos. Con al agua al cuello. Bebiendo nerviosos por el atrevimiento. Con miedo de que lleguen a casa las figuras paternas y se den cuenta de que ya no estamos a salvo, a flote, como ellos nos dejaron cuando decidieron marcharse.

Y es que nadie puede salvarnos. Y todos los consejos apestan a incienso. Brooks dictamina que nadie puede enseñarnos a ser jóvenes en estos tiempos que corren porque nunca han tenido lugar unos tiempos como estos. La moraleja brilla por su ausencia. No hay un discurso necesariamente malo en torno a las drogas, al alcohol o al sexo mal entendido. Pero ya no estamos en esa fase evolutiva. Misericordia es el nombre que usamos para designar a aquel que trae más cervezas frías en el momento exacto de la fiesta. Culpabilidad y unicornios. Camellos y Dumbledore. Si no sabes quién eres, difícilmente podrás saber qué es lo mejor para ti. Cada cosa a su tiempo. Cada noche, despiertos.


Ben Brooks (1992, Gloucestershire)


Es extraño pensar en lo fácil que resulta ponerle fin a tu vida. Es posiblemente la decisión más importante que puedes tomar y, aun así, requiere muy poco esfuerzo. No hay que rellenar formularios ni ahorrar dinero ni estudiar en la universidad. Para cruzar las líneas imaginarias trazadas en el mundo se necesita mucho más. Pasaportes, visados, dinero. En cambio, si quieres morir, solo tienes que atarte una media de rugby alrededor del cuello y desapareces para siempre. Llevarán tu cuerpo al crematorio, y allí el tío Eb se pondrá a gritar, Mamá se desmayará y pondrán a Leonard Cohen mientras te conviertes en cenizas.  

2 comentarios:

  1. Sí que crece este chico, sí. En casa tengo The Kasahara School of Nihilism esperando su momento, la verdad es que estuve mirando páginas casi a riesgo de caerme dentro pero no me sentía con ánimos y opté por los adictos a la leche de soja, fue mal, muy mal, fui yo el que terminó gritando Eeeeeeehhhh, empezaré por el que tengo y seguiré por este. Un abrazo, Sergio.

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    1. Hola José, sin duda, dale una oportunidad. Este chico apunta alto y me reí muchísimo con su desvergonzada visión de la distopía que es su propia vida.

      Y, sorpresa, escribe medianamente bien dentro de los patrones de la nueva generación.

      Ya me dirás si le hincas el diente.

      Little bye!

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